El lenguaje y la cultura están estrechamente relacionados. En muchos textos, los traductores tenemos que tener muy en cuenta las diferencias entre la cultura del idioma de origen y la que rodea al idioma meta. Las percepciones y el modo de ver las cosas varían entre culturas. Por poner un ejemplo, una diferencia conocida entre la cultura sajona y la latina es la efusividad y la expresión apasionada de los sentimientos, que falta en la primera y sobra en la segunda. Los argentinos no nos destacamos por ser puntuales, mientras que en países como Alemania llegar apenas unos minutos tarde se considera una falta de respeto.
¿Traducimos solamente palabras? Hay textos en los que no destacan los aspectos culturales, como la mayoría de los textos técnicos y científicos. En otros textos, es necesario hacer una adaptación cultural para lograr que los objetivos e intenciones del texto meta sean equivalentes a los del original, como en una publicidad. Pero en los textos literarios, por ejemplo, hay muchas marcas culturales. ¿Debe adaptarlas el traductor o mantenerlas?
La intérprete Danila Sleskovitch dijo que “todo lo que se dice en un idioma se puede expresar en otro, siempre y cuando ambos idiomas pertenezcan a culturas con un nivel de desarrollo similar”. Pero la traducción no tiene que ser solamente una cuestión de compartir ideas entre culturas similares. La traducción, muchas veces llamada puente entre culturas, nos abre las puertas a culturas diferentes, con costumbres diferentes, que pueden aportar ideas para mejorar lo que ya conocemos. Y no importa que se considere a una cultura más desarrollada o menos desarrollada que otra. Esas categorizaciones son subjetivas; en todo caso, el intercambio permite el desarrollo de ambas culturas en contacto.
Un caso histórico es lo sucedido a principios de la Edad Moderna. Los estudiosos de los siglos XIV y XV empezaron a interesarse por los textos e ideas grecorromanos. Este redescubrimiento y renacer de la literatura y las ideas clásicas llevaron a un enriquecimiento cultural de Occidente, reflejado en el humanismo renacentista. Y es interesante que, en aquella época, los países europeos no eran considerados desarrollados. El historiador Niall Ferguson describe a la Europa de 1411 como “miserable y atrasada, que se recuperaba de los estragos de la peste negra […] y seguía aquejada por las malas condiciones sanitarias y una guerra aparentemente incesante”.
La traducción como actividad no debe verse limitada por la aparente superioridad o inferioridad cultural de una u otra comunidad lingüística. Por el contrario, debería ser el medio para expandir los conocimientos, abrir la mente a otras costumbres y aprender de ellas para progresar, tomar ideas para el avance y la innovación. No como una competencia, sino a modo de colaboración mutua.
Aprender un idioma abre las puertas a una nueva cultura y una nueva forma de ver el mundo. Cuando no es posible, la traducción nos permite dar un vistazo y compartir ideas y perspectivas.
“La traducción no solo tiene que ver con palabras. Se trata de hacer comprensible toda una cultura”. (Anthony Burgess)
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