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¿Por qué retraducir los clásicos de la literatura?

Esta es mi traducción de un artículo en inglés escrito por Enrico Monti, profesor de Inglés y Traductología en la Universidad de Haute-Alsace (Francia). El artículo se publicó en The Conversation el 13 de febrero de 2024.

Al recorrer los estantes de una biblioteca o de una librería en busca de las aventuras de Edmundo Dantés o Robinson Crusoe, podríamos enfrentar un dilema imposible de solucionar. ¿Qué versión de El conde de Montecristo o de Robinson Crusoe debería elegir? Porque en una biblioteca o librería bien abastecidas podemos encontrar varias versiones en español de estos dos clásicos literarios.

No estamos hablando de diferentes ediciones, sino de un texto diferente, de palabras diferentes. De hecho, la gente dice y cree haber leído a Dumas o a Defoe, cuando en realidad leyeron las palabras de Víctor Balaguer, Emeterio Fuentes, José Ramón Monreal o las de Carlos Pujol, Fernando Galván o Julio Cortázar, por nombrar apenas algunos traductores al español de estas dos obras maestras de la literatura universal.

El arte de elegir una traducción

Entonces, ¿qué traducción elegir? Muchos lectores seguirían el mismo criterio que motiva su elección de un clásico en español: el apego por una editorial o una edición en particular, la introducción y otros paratextos, el precio, la portada, etcétera. Muy pocos se dejarían influenciar por la fama de los traductores, esas figuras invisibles de la literatura traducida, actores silenciosos de una interpretación que suele imaginarse como impersonal y objetiva, pero que desde luego no es decisiva.

Pero ¿por qué tanto escándalo por la traducción de un solo libro? Una pregunta válida, siendo que hay innumerables libros que siguen esperando una primera traducción[1]. Si el objetivo principal de una traducción es lograr que un libro esté accesible a un público que no puede leerlo en su lengua de origen, entonces es evidente que las retraducciones sirven poco o nada. Aun así, muy pocos hispanohablantes leen hoy a Dante, Voltaire o Shakespeare en una traducción al español hecha hace un siglo o más. Por el contrario, los hablantes de italiano, francés e inglés (y para el caso también los hispanohablantes) sí leen a sus propios autores emblemáticos en un idioma que tiene varios siglos, claro que con la ayuda de innumerables notas explicativas.

Entonces, ¿por qué seguimos retraduciendo los clásicos literarios en idiomas extranjeros? Porque podríamos decir que un clásico es un texto que nunca cesaremos de retraducir, cambiando un poco los términos. El fenómeno de la retraducción es tanto paradójico como inherente a cada cultura, al punto que un historiador de la traducción, Michel Ballard, lo ha identificado como una de las pocas características constantes en la historia de la traducción.

Traducciones censuradas, imprecisas y anticuadas

Claro está, existen muchas razones detrás de tantas ganas de retraducir. Con frecuencia, la fuerza que impulsa una retraducción es un sentimiento de insatisfacción con las versiones anteriores. Un ejemplo son ciertas formas de censura ideológica o moral que hayan privado a sus lectores de determinados aspectos del libro. No hace falta una dictadura para que un texto se vea desprovisto de algunas referencias a su cultura de origen: la simple decisión de hacer que un libro sea accesible a lectores nuevos implica introducir filtros culturales (relacionados con la comida, los hábitos, los deportes u otros elementos específicos de una cultura).

En otros casos, la insatisfacción puede deberse a errores o imprecisiones, originadas por defectos humanos o por recursos limitados. Detengámonos solo un momento a pensar en las condiciones de trabajo de los traductores antes de que existiera internet. Para ellos, una simple verificación de datos podía requerir varios días de investigación. Y eso hace apenas treinta años.

Tomemos por caso uno de los llamados “errores” más famosos en la historia de la traducción, los cuernos en la cabeza del Moisés (1515) de Miguel Ángel. El artista basó su obra en la traducción latina de la Biblia que llevó a cabo Jerónimo unos 1100 años antes (una longevidad innegable para una traducción). En hebreo, un idioma consonántico, se puede prescindir de las vocales, lo cual da lugar a una ambigüedad entre keren (con cuernos) y karan (resplandeciente), en un fragmento del libro de Éxodo. Jerónimo lo interpretó como “con cuernos”, lo cual sirvió de inspiración para gran parte de la iconografía cristiana en los siglos subsiguientes, mientras que todas las traducciones contemporáneas de la Biblia le dan a Moisés un rostro resplandeciente y radiante cuando recibe las tablas de la ley. La posible ambigüedad en esa expresión fue ingeniosamente recreada en la traducción intersemiótica de Chagall, que encontró otro medio para atribuirle verdaderos cuernos de luz a Moisés.

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Miguel Ángel, Moisés, 1513-1515. Marc Chagall, Moisés recibe las tablas de la ley, 1950-52.

Entre los motivos más frecuentes para las retraducciones se menciona que es inevitable que las traducciones queden anticuadas. ¿Y qué pasa con los “originales”? También se vuelven anticuados, claro, pero no de la misma manera. Parece que los originales maduran con la edad, mientras que las traducciones a menudo se vuelven absurdas. La diferencia radica esencialmente en el estatus de los originales y de las traducciones: como texto derivado, una traducción no puede existir sin el texto principal del que procede, y este estatus secundario la despoja de su autoridad como “verdadero” texto literario. A este hecho se podría agregar que las traducciones tienden a ser más conservadoras que sus originales y por lo tanto carecerían de esa carga única de significado que hace a la esencia de una obra maestra de la literatura.

La impresión de ser anticuadas también puede deberse a un mejor conocimiento por parte de la cultura de destino, en particular en lo que respecta a ciertos elementos culturales que se han vuelto cotidianos: hoy día no haría falta una nota al pie que explique qué es el sushi, más bien resultaría cómico.

A veces las retraducciones generan cambios sustanciales, ya sea en los títulos, en los nombres de los personajes o en conceptos clave, y a menudo desencadenan encendidas reacciones tanto por parte de los críticos como de los lectores. Si en 1984 se usa una neolengua, una nuevalengua o una neohabla o aparece el gran hermano o el hermano mayor, puede ser todo un tema. Por otro lado, las tentaciones divinas son mucho más controvertidas y desestabilizadoras, como quedó demostrado con las reacciones que provocó la reforma del padrenuestro.

Las retraducciones pueden ser perturbadoras porque una interpretación que considerábamos única y definitiva ahora se vuelve relativa. Los traductólogos Susan Bassnett y André Lefevere lo han definido como el “efecto de la abuela de Proust”, en referencia a la desilusión de esta al leer una nueva traducción de la Odisea en la que Ulises se había convertido en Odiseo. Otros traductólogos, como Lawrence Venuti, también han observado que algunos lectores reaccionan con nostalgia al tener ante sí traducciones nuevas de obras clásicas.

En algunos casos, es el mismo texto que considerábamos “original” el que resulta en derivaciones: por ejemplo, las últimas retraducciones de Kafka recurren a una versión “nueva” del texto en alemán, liberada de la influencia de Max Brod.

En varias ocasiones, las retraducciones se deciden simplemente por cuestiones comerciales o editoriales, ya que puede ser más sencillo, barato y lucrativo (o las tres cosas a la vez) proponer una traducción nueva que reeditar una anterior.

¿Es posible prever la trayectoria de un libro traducido y retraducido?

A raíz de las reflexiones de Antoine Berman (1990), un traductólogo pionero en este campo, se ha formulado una “hipótesis de la retraducción” con el fin de describir hacia dónde se dirigen las traducciones y las retraducciones. Según esta hipótesis, las primeras traducciones tienden a ser obras introductorias que “domestican a los textos extranjeros a fin de que sean aceptables para el público de destino y las retraducciones se inclinarían cada vez más por acercarse al texto fuente y desplegar sus múltiples facetas.

Esta visión de un enfoque progresivo hacia una identidad perfecta con los “originales” es ciertamente fascinante, aunque poco realista, ya que no toma en cuenta los muchos motivos que hay detrás de una retraducción. A modo de contraejemplo, podríamos pensar en las traducciones libres de los clásicos grecolatinos durante los siglos XVII y XVIII, durante la era de las llamadas “belles infidèles” o “bellas infieles”: eran mayormente retraducciones, y sin embargo estaban completamente alejadas de sus originales.

¿Es posible prever cuándo y con qué frecuencia se retraduce un clásico? Se han presentado varias hipótesis: en cada siglo, en cada generación, cada veinte años… Sin embargo, la serie de traducciones y retraducciones de un clásico literario muestran muy poca regularidad y unas brechas, saltos o aceleraciones bastante impredecibles. Existen varios estudios de caso, pero aún no se han hecho estudios exhaustivos que proporcionen estadísticas confiables a gran escala para un período, género o país específicos.

La única predicción que podemos hacer es la aparición de un pico en las retraducciones cuando las obras de autores canónicos se vuelven de dominio público, que en Europa es a los 70 años de su muerte. En este momento, las editoriales se ven inevitablemente impulsadas a publicar nuevas traducciones de esos autores, a fin de capitalizar su poder cultural. Por ejemplo, durante las primeras semanas de 2015 los lectores turcos encontraron no menos de 30 versiones de El principito, en cuanto la obra se volvió de dominio público en Europa (aunque aún no en Francia ni en Estados Unidos).

En 1994, Isabelle Collombat, profesora de la Universidad Sorbonne-Nouvelle, predijo que el siglo XXI sería la era de la retraducción. Estudios futuros nos dirán si así es. Hay algo que es seguro: la retraducción tiene un porvenir brillante. Es el antídoto perfecto a la idea de una única traducción y nos recuerda que cada traducción única depende de un proceso propio de interpretación y reescritura. Y que las lecturas múltiples no solo son posibles, sino que son una verdadera fuente de vitalidad para la literatura y, sobre todo, de placer para el lector.

Este artículo se publicó originalmente en francés.

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Créditos de las imágenes

Moses | Michelangelo, por Paulo Valdivieso, CC BY-SA 2.0

Moses receives the commandments (Chagall), por young shanahan, CC BY 2.0

[1] Sobre todo en inglés, un idioma desde el que todo el mundo traduce a raudales, pero al cual se traduce muy poco de otros idiomas. Consultá la información sobre el proyecto Three Percent para conocer una iniciativa en respuesta al pequeño porcentaje de literatura traducida que se publica en Estados Unidos.

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